Supongo que pertenezco a una generación de sucedáneos. Quisimos ver en pantalla los héroes de los tebeos, las adaptaciones de los libros que amábamos, la traslación de los personajes que un día soñamos que eramos. Y, claro, no lo conseguimos. O, cuando nos dieron algo, fue con cuentagotas, constreñido por el presupuesto o, directamente, mal hecho.
Luego, el tiempo (que todo lo pone en su sitio) nos ha enseñado a apreciar aquellas obritas hechas de prisa y corriendo, en condiciones precarias o directamente pirateadas. Y hemos sido capaces de admitir que si aquellos héroes de segunda o tercera división no eran ni sombra de los héroes que queríamos que fuesen, también tenían su gracia y su encanto. Y que los guionistas, los directores, los actores de aquellos productos serie b (o serie zeta) compensaban con amor la frustración que, en el fondo, también compartían con nosotros. No solo no adaptaban nuestros libros o nuestros tebeos porque fueran inexpertos o pura ineptitud: también les faltaba el dineral necesario para asegurarse comprar los derechos de esos tebeos o esos libros.
Luego, decía, cuando se adaptaron de verdad aquellos personajes aprendimos a valorar todavía más aquellas pálidas sombras que otros hicieron a su mayor gloria. O, dicho de otra forma: sigo hoy prefiriendo El señor de las bestias a las adaptaciones de Conan el bárbaro, y me emociona mucho más el primer Darkman que cuantas veces haya llegado Batman a la pantalla grande.
Quisimos ver el Tarzán de Burroughs tal como el Tarzán de Burroughs era y, cuando se intentó por fin adaptar Greystoke nos quedamos mejor con Ron Eli y su Africa postcolonial, qué se le va a hacer. Quisimos una adaptación de El señor de los anillos y, tras el fiasco de Ralph Baski, nos aprendimos de memoria Cristal oscuro o El vuelo de los dragones. Nadie adaptó a la gran pantalla El hombre de hierro, pero con Robocop nos hicimos el avío. Y los que seguimos esperando ver las canas suertudas de Johnny Hazard nos encontramos de paso con Indiana Jones y agradecimos el tropezón y el nuevo icono. A falta de ver las piruetas de Shang Chi, maestro de kung fu, nos dio lo mismo divertirnos con Kung fu contra los siete vampiros de oro.
El problema de los derechos de los personajes y los libros originales, y hasta de la imposibilidad tecnológica de llevar bien al cine o la tele las acrobacias de los superhéroes del cómic o las grandes batallas épicas de la fantasía heroica, nos dejó una legión de personajes secundarios, hechos a su imagen y semejanza, que vinieron a cubrir un hueco y se hicieron un sitio en nuestros corazones. Fue una forma de hacer cine que hoy se ha perdido, siendo el referente máximo de ahora el icono visual, sin chicha ni psicología, que ofrecen los videojuegos.
El avance de la tecnología ha hecho que, por fin, hayamos disfrutado en las pantallas de las piruetas de Rondador Nocturno de los X-Men, del balanceo nervioso de Peter Parker, de los puñetazos de Hulk desmelenado o, recientemente, de los movimientos de masas, paisajes, criaturas y monstruos de la obra de Tolkien. Las generaciones de hoy ya tienen directamente lo que nosotros soñamos, y aparte de la envidia y del disfrute propio, no queda por menos que plantearse la pregunta: ¿Y ahora qué? El campo del cómic sigue abierto a la exploración, y puesto que los personajes del tebeo son cada vez más planos, no parece que vayamos a tener en el futuro películas demasiado complejas: el más difícil todavía, en ese aspecto, parece asegurado.
¿Pero y la fantasía épica? ¿Qué seguirá a El Señor de los Anillos? La adaptación cinematográfica es tan mastodóntica, tan brillante, tan apabullante, que cualquier otra revisitación al mundo de Tolkien quedará, sin duda, en desventaja: hacer ahora El hobbit puede quedar como un producto descafeinado y a deshora, me temo. Meter la cuchara en los cuentos inconclusos, lo mismo.
¿Y los otros libros de fantasía? ¿Habrá quien se atreva a explorar Elric de Melniboné, un Conan o un Kull que no causen rubor, unos nueve príncipes de Ambar, un Mundo del río? ¿Podrá hacerse con una estética original, sin la sombra de gigante de Tolkien y Jackson?
Y, sobre todo, ¿lo intentará Hollywood? ¿Explorará la literatura y llegará a la conclusión de que nada está a la altura de Tolkien o intentará crear nuevos personajes en esa onda?
La influencia de las tres películas de El señor de los anillos tiene que dejarse notar y será fuerte: tanto en literatura (auguro una nueva generación de escritores de la cosa), como en cine. Y si bien en letra impresa no siento demasiado interés por ver qué se cuece en esos géneros, me intriga saber qué derroteros tomará el cine, no sé a vosotros.
Comentarios (16)
Categorías: Reflexiones