El mundo al revés: todo el fin de semana esperando que pasara el maldito fin de semana. Qué aburrida es una tarde de otoño cuando solo es eso, una tarde de otoño donde el cielo (si existe el cielo) es gris plomizo y cae una manta de lluvia que ni siquiera te permite ver el otro lado de la calle.
He pasado el fin de semana como un oso polar, sentado o tumbado en un sofá, y durmiendo a trompicones, como un anciano o un enfermo (debe ser por el resfriado). Y tratando de ver alguna peli en dividí, sólo que el maldito aparato se resiste. Tengo una máquina con personalidad propia: No sé a santo de qué demonios hay películas que se niega a reproducir, dejándome colgado, en la estacada, con las palomitas o el té caliente y las pastitas y la expresión de tontolaba estampada en la cara. Pongo, no sé, cualquier episodio de la segunda mitad de la segunda temporada de CSI, y me dice que nanai: empieza a intentar leer el disco y me declara que es analfabeto. Sustituyo el disco por otro, cualquier episodio de la segunda mitad de la segunda temporada de The West Wing y recupera la memoria y sabe leer. Una lata. Me ha hecho la jugada con Irma la dulce, con Traidor en el infierno, con la primera mitad de la primera temporada de Angel (solo me dejaba verla sin subtítulos, escuchando nada más que los comentarios de Joss Whedon, lo que no es mala cosa para escuchar después de haber visto el episodio, no antes). Me ha hecho la jugada con The Matrix, que se niega a reproducir según qué horas, y a puntito estuvo de putearme la sesión de En busca del Arca Perdida: después de mucho pensárselo, y de decidir si se le antojaba mejor reproducir primero Temple of Doom o La última cruzada, al final el puñetero claudicó y me permitió disfrutar de las palomitas y la compañía de mis hijos y rescatar para el Pentágono el Arca de la Alianza.
Creo que es el fin de una hermosa amistad. Lo siento por él, pero no voy a permitirle ni un capricho más. Él no lo sabe todavía, pero el viernes me fui a Hipercor y compré uno nuevo: no merece la pena, a estas alturas, gastarse un pastón en reparar una máquina vieja. En cuanto llegue Reyes, lo siento, traidor, le daré el pasaporte e instalaré ese otro aparato, flamante y fino y plateado, a ver si entonces puedo ver cuando quiera y como quiera las películas que yo quiero, no las que a él se le antojan.
Lo malo es que, en solidaridad, el reproductor de DVD que tengo instalado en el ordenador hace unas semanas que se ha declarado en huelga él también, impidiéndome ver aquí en esta pantalla donde ahora escribo las pelis de la nueva temporada de Angel, trabucándome las pistas de los discos (imposible seguir el orden de El fantasma de la ópera o lo último de Sting), y arrastrando de paso cualquier otro programa visor en su rebeldía.
No sé qué tienen contra mí estas máquinas.
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