Juguemos al aprendiz de profeta. Ya nos hemos equivocado otras veces (yo diría que nos hemos equivocado siempre, ¿no?), así que tampoco será muy grave que ahora vengamos a meter la pata. Aunque creamos que es cosa nuestra, el universo de ficción que es Star Wars sigue siendo dominio de George Lucas, y nosotros meros espectadores que le hemos abierto hueco en nuestras vidas.
Aun así, como es bien sabido, las películas son estructura. Creíamos saberlo todo sobre la caída de la República Galáctica y el ascenso del Imperio, sobre las Guerras Clon y la relación amor-odio entre Obi Wan y el futuro Darth Vader, y los dos primeros episodios de la saga nos trastocaron los planes. Seguimos queriendo que, según dijo con acierto Mark Hamill, caiga la otra bota. Y dentro de un par de años caerá y se cerrará el ciclo (o tal vez no). Hay fanfictions a punta pala sobre cómo será el Episodio III, hay quinielas y especulaciones sobre títulos y estrellas invitadas, sobre encuentros y desencuentros, muertes heroicas y traiciones vergonzosas. Una especulación más no hará daño a nadie, y nos divertirá un rato. Las películas son estructura, decía. Y en el cine de hoy día esa estructura pasa, además, por ir concatenada con escenas de acción estiradas al máximo y su inevitable trasvase a la industria del ocio.
¿Qué nos puede contar George Lucas en los 131 minutos aproximados que le durará el Episodio III? ¿Cerrará bien la historia? ¿Pulirá los engranajes para que no chirríen con lo que sabemos que va a pasar? O con lo que creemos saber que va a pasar: personalmente, no me cabe duda de que los otros tres episodios se reestrenarán en cine, con nuevas escenas añadidas y diálogos alterados para que, entonces, todo case. Ese puede ser uno de los motivos para retrasar hasta lo absurdo la aparición de la trilogía en DVD.
Para empezar, Lucas me temo que vaya a escamotearnos lo que ya nos ha venido escamoteando en las cinco películas, sobre todo en las dos primeras. No hemos llegado a ver cómo es de verdad la República (ni cómo funciona el Senado, por otra parte). La Historia galáctica se cuenta en segundo plano respecto a la peripecia espectacular y la aventura vital de los protagonistas. Cada una de las cinco películas que hemos visto se desarrolla en un marco temporal escaso; si no fuera porque ignoramos el tiempo que se tarda en el viaje hiperlumínico (de Tatooine a Alderaan y luego a la cuarta luna de Yavin; de Hoth a Dagobah y luego a Ciudad Nube; de Tatooine otra vez al punto de encuentro rebelde y luego a Endor), casi podríamos decir que la saga respeta la unidad de tiempo, ya que no puede respetar por lógica la de lugar ni la de acción. Dicho de otra forma, cada película parece desarrollarse apenas en veinticuatro horas.
¿Qué significa esto? Pues que el salto de tiempo que se da entre película y película nos va a escamotear las Guerras Clon. En las dos horas y pico del tercer acto de la primera trilogía Lucas no va a tener tiempo de contar más que, quizás, la gran batalla final. No veremos los avances y retrocesos de la campaña, las maquinaciones y las insidias, los actos heroicos y las cobardías. No habrá tiempo. De hecho, ya se sabe que una serie de noticiarios-televisivos en dibujos animados empezarán a ser emitidos dentro de poco en las cadenas norteamericanas para contar ahí lo que no puede contarse en cine.
Vamos a ver un último acto y ese último acto tiene las acciones contadas: la destrucción de los Jedi, la caída de la República, el duelo final entre Obi Wan y Anakin y, quizás, el nacimiento de Luke y Leia. Y la proclamación de Palpatine como Emperador.
Habrá sorpresas, naturalmente. ¿Pero serán agradables o desagradables? En tan poco tiempo narrativo, se dice que Mace Windu morirá heroicamente (detalle que entra en contradicción con la novelización de La guerra de las galaxias, por cierto, que aparece como parte de un libro escrito por el personaje). Que sobran Jedis lo sabemos. Y también sobra un Sith. ¿Morirá a manos de Dooku? ¿O, más lógico, a manos del propio Anakin? Lo segundo tendría sin duda más dramatismo, aunque puede que reste emoción al duelo contra Kenobi... o tal vez no. Dooku ya sobra en la trama. No ha sobrado siempre, pero ahora ya sí. El lugar de Anakin es convertirse en el segundo Sith junto a Darth Sidious, postergando a Dooku. Un Sith debe descabezar al otro. Ya hemos visto que, con la intervención renuente de Luke, es lo que pretendió hacer Vader en El retorno del Jedi, sin conseguirlo. El final cantado de Dooku puede tener tres asesinos: Palpatine, Anakin o Mace Windu. Se admiten apuestas.
Dooku es, por otra parte, el hilo suelto que le queda a Palpatine en su plan de dominio galáctico. Es lo que conecta toda la historia a través de una red de intrigas magistral. Porque si Dooku fue maestro de Qui-Gon Jinn, ¿no podemos deducir entonces que la rebeldía, el anarquismo latente, la metedura de pata de Qui-Gon Jinn con respecto a Anakin no formaba parte del plan de Palpatine, un plan tan meticulosamente preparado como esa Estrella de la Muerte que tarda más de veinte años en ser construida y entrar en funcionamiento? No creo que exploren más el tema, pero lo divertido de todo el asunto, según se desprende del montaje final de El ataque de los clones es que Dooku parece creer que está haciendo lo correcto. ¿Le miente a Obi Wan cuando le dice la verdad? ¿O pretende mentirle a Palpatine? ¿Quiere ser califa en lugar del califa y enmendar también él mismo el destino torcido de la República y la galaxia?
Otro detalle a tener en cuenta es el origen de Palpatine. Como Sith debe de haber tenido acceso a una fuente de poder que le permita dominar la Fuerza, o los midiclorianos dichosos, hasta hacerse invisible a los Jedi y menguar su dominio místico-tecnológico. Algo llamado “Cristal Kiber” sonó en algunas historias hace años. Quizá de ahí venga la fuente de poder de Palpatine: fuente de poder que, además, lo consume (un inciso para recordar que la nueva edición de El Imperio contraataca olvidó corregir los ojos membranosos que aparecían en la holotransmisión).
La pregunta del millón es la siguiente: Después de tantos años y tantas décadas de tejemanejes en la sombra, ¿de verdad que Palpatine se quitará la careta, se sentará en el trono como un Doctor Muerte cualquiera y soltará la risotada? Creo que no. ¿Por qué? Porque Palpatine es sibilino, y lo más probable es que acepte del Senado vencido la corona de Emperador. El verdadero golpe de estado, la asunción total de poder por parte de Palpatine, recordemos, no se da hasta el Episodio IV: Cuando Moff Tarkin anuncia a sus oficiales que el Emperador ha disuelto formalmente el Senado. Hasta dentro de veinte años galácticos más o menos no se culminará la pantomima legalista.
En algún momento de la acción, me temo que tanto Yoda como Obi-Wan “morirán”. O al menos harán creer que han muerto. Recordemos que Vader no parece conocer a Yoda: achaca la educación de Luke a Kenobi, no al viejo maestro. Aparte del consabido despiste y la contradicción interna de la historia, la única manera que se me ocurre de justificar semejante metedura de pata es que Vader crea que ambos han muerto inmediatamente después de su caída a la lava hirviente (o a donde sea) y su paso definitivo a samurai negro. Otro tanto podríamos decir de Padme. Y de los gemelos. En el proceso de conversión a Señor Oscuro de Sith, de todas formas, Vader parece haber perdido algo importante: su humanidad. Habla de “El hijo de Skywalker” como si Skywalker fuera otra persona.
La gran duda de todo el tercer episodio, para mí, es la siguiente, de todas formas: ¿A favor de quién lucharán y morirán los Jedi? Porque no olvidemos que, en teoría, el ejército de clones y ellos mismos están en el mismo bando. Por lo menos de partida.
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